Por una psico-sociología educativa sobre la tiranía, el odio y el desprecio (en relación a las violaciones sexuales)
El Ministro de Justicia pareciera exhibir su desconocimiento sobre las consecuencias de la implantación de la pena de muerte, en materia de eficacia en el mundo occidental –que nos desligaría de La Convención Americana, Pacto de San José, sobre acuerdos en derechos humanos, dejando a la población a merced de las posibles impunidades estatales- , tanto como mostrar una inhumanidad que nos colocaría por debajo de los mismos violadores. La política correcta es integral, y por ello complicada, pues comporta factores de estructuras sociales y económicas crónicas en el país.
La violación responde a varios motores: la soberbia y tiranía cultural (patronazgo), la precariedad en cuestión de vivienda, pero también al odio, al desprecio, la venganza, la necesidad enfermiza de ejercer poder destructivo sobre alguien. Resulta improbable imaginar que un hombre medianamente sano pueda erectarse durante un episodio tal de sufrimiento y horror de la mujer, como lo es el trance de una violación; lo que excita al violador es la experiencia de su fuerza desencadenada sobre otra persona: un ser más débil que él. Es un empoderamiento en las cavernas de la minusvalía del agresor.
Existe una novela que ahonda en el tema de la violación, Desgracia, del premio Nobel sudafricano, Coetzee. Dos violaciones son relatadas, pero muchas aludidas bajo un trasfondo social. La primera corresponde al narrador, el de un profesor a su alumna de 20 años, por razones de soberbia y de poder sobre ella (uno de los más salvajes abusos de poder). La otra violación le ocurre a la hija del profesor, quien vive en una granja en Sudáfrica. El agente del delito es un negro que pertenece a una banda de vengadores contra la cultura blanca. Este crimen buscaba infectar de virus del sida a las mujeres blancas, como parte de la revancha. Soberbia por un lado y venganza social que empuja al profesor a buscar la redención personal –con un nieto enfermo de sida en camino- y entender las causas de la violencia sexual en su país, pues se ha desatado una ola de violaciones contra las mujeres blancas que residen en las granjas. La metáfora de una nueva generación enferma de violencia sistémica a través del virus es inevitable, y guarda correspondencia con la realidad de miles de mujeres violadas durante el conflicto armado contra Sendero Luminoso en el Perú. Estos también eran actos de soberbia, desprecio y venganza, por parte de los senderistas así como de los militares.
No creo abarcar con esto la naturaleza total de las violaciones, solo me limito a mencionar algunos factores que las provocan.
Ahora existe una nueva generación infestada del virus de la violencia a la mujer en toda Latinoamérica (un feminicidio cada 30 horas en Argentina, por ejemplo; un aproximado de 15,000 mil mujeres atacadas sexualmente el 2016 en el Perú). El Ministerio de Educación se encuentra en la obligación de difundir no solo una educación de género, sino una educación sexual que no escamotee la psicología y la sociología del odio, el desprecio, la tiranía, para crear conciencia del trasfondo real y no quedarse solamente en los aspectos morales y punitivos.
Los colegios sin embargo temen el tema. Pongo un ejemplo. Mi novela El diario de Susy Scott, que trata de una mujer sufrida y enajenada, que ejerce la prostitución a través de una agencia de servicios especiales, había tenido una buena acogida entre los alumnos de los colegios de secundaria para el plan lector del año final (desconozco si los docentes habían empatizado de la misma manera con el libro, pero sospecho, porque he trabajado en colegios, que muchos la olieron tarde como una bombita apestosa). En un colegio, sin embargo, una alumna vomitó por una escena y el colegio retiró la novela de su plan lector, avisando a la editorial. Fue un caso aislado (había incluso en Facebook un grupo de alumnas registradas con el título de la novela, que intercambiaban opiniones, ideas, anécdotas, recuerdos personales, motivadas por la novela, en el 2006). Un solo caso reportado, el que ocurrió en aquel colegio, pero bastó para que la editorial la considerará una papa caliente, aunque no se alarmó ni la retiró de su catálogo –su editor era un hombre bastante audaz-, y en una universidad particular un número de profesoras consideraba que las alumnas no tenían edad para aquel tema de Susy Scott, pese a que esta estaba lejos de ser una novela obscena ni mucho menos pornográfica; es una novela existencial, con algunas escenas sexuales y el punto de vista sobre las consecuencias del resentimiento y el odio. Susy era además una extorsionista, una delincuente que disfrutaba ejerciendo el mal.
Si colegios y universidades no encaran la relación que se establece entre la sexualidad y la sociedad, en una abierta política educativa, como diagnóstico y prevención, no se pueden abrigar muchas ilusiones de que se produzcan mejoras en aquellos índices que han llenado de dolor, controversia y zozobra al país. No es una solución total, y quizás esta no se alcance nunca –países más justos y civilizados reportan también serios índices de violaciones, como Suecia-, pero la educación abierta es el mejor camino para tomar conciencia y dictar nuevos rumbos políticos que frenen la ola de violaciones que asola la sociedad. Muchos jóvenes potencialmente violadores podrían contar con una mejor comprensión de ellos mismos, de sus problemas y tendencias y buscar ayuda. Lo que no puede seguir sucediendo es que el estudio abierto de la relación entre sociedad y sexualidad continúe siendo tabú en las instituciones educativas, como lo es hoy en el Perú, donde hablar de condones constituye una ofensa en los colegios religiosos y el embarazo adolescente es cada día más alto, por ejemplo, por ausencia de una educación sexual real. Los colegios y las universidades deben convertirse en uno de los motores del cambio. Lo otro es dejar el tema en las manos de la policía y la oscuridad y terminar apelando a la barbarie, como lo es la pena de muerte.